Pocas veces nos planteamos que nuestra felicidad depende del
sufrimiento de otras personas. Existe una balanza que trata de equilibrar la
limitada capacidad afectiva de los átomos del universo. Por este hecho para
nada demostrado, y absolutamente ridículo, existe un número X de felicidad en
el mundo y debe ser repartido entre sus habitantes. Dejando de lado a los
depresivos crónicos, que nunca recibirán nada porque la química así lo quiere;
y a los psicóticos optimistas lectores empedernidos de Coelho y basurólogos
similares, que no conocen la tristeza porque una ley mágica lo impide; todos
pasamos por montañas rusas, más o menos agresivas, de subidas y bajadas en el
índice de felicidad.
Mientras unos retozan en su felicidad como cerdos en el
barro, otros reciben esa bofetada de positividad en la cara produciendo unas
irremediables ganas de vomitar purpurina. Y algunos simplemente queremos
disfrutar de esos momentos en los que estamos en la más profunda mierda porque
te permite sacar lo mejor de ti mismo de la absoluta nada.
A modo de resumen, dejaré un titular en mayúsculas, que es
lo único que la gente vaga y plana se molestará en leer: METEOS VUESTROS LIBROS
DE AUTOAYUDA POR EL CULO Y DEJAD A CADA UNO AUTODESTRUIRSE EN PAZ. SI ALGUIEN
SE RAJA EL CUELLO DE LADO A LADO NO ES VUESTRO PUTO PROBLEMA.
Gracias por vuestra atención.
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