Se despertó con la firme intención de nunca volver a dormir.
Había vivido oculto en un vergonzoso cuerpo vacío, anclado a
unos raíles que codificaban su presente, rastreaban su pasado, y dejaban una
pista para dilucidar su futuro.
Rara vez le pedían que despertara de su letargo criogénico,
reposaba en el silencio más agobiante, alimentando sus poderes de manera artificial,
con el único fin de ser más útil a su amo. Las maravillas de la psicología moderna
han logrado milagros en la mente, criar en cautividad a un depredador
sanguinario, dar margen de libertad a un débil peón de rebaño.
Estos experimentos se habían llevado a cabo en un sujeto
vivo, un dócil ser humano que acabó desarrollando tendencias autodestructivas
por su condición, un sujeto artificial destinado a un fin superior. Limpio,
bello, educado, modelado con una permanente sonrisa tímida en su pálido rostro.
El gentil silencio ante el interminable escándalo de golpes y rechinares de
máquinas trabajando a más de lo que da el carbón.
La primera vez que recuerdo que saliera probablemente se
haya perdido en algún recoveco entre mis meninges. Pero sí recuerdo el primer
día que vi su rostro. Una fotografía hecha con un móvil mostraba a un hombre
serio, demacrado, la boca cosida y la cara pintada. Ni siquiera era capaz de recordar
cómo ni por qué el maquillaje tenía esa forma concreta, pero ahí estaba. Botón
derecho->Propiedades->Fecha de captura: 15/4/12
Todo concuerda, a pesar de su rictus de seriedad e incertidumbre,
podía leer en sus ojos inexpresivos la
enorme sonrisa que en su mente dormida se dibujaba. Y es que así se expresa él.
Esa fecha significaba algo, tres días de penitencia con las máquinas generando
ruido, dentro de un mismo cuerpo habitaban tantas ideas, agolpándose sin orden
ni concierto, que hacía falta una segunda mente para poder soportarlas. Este
día nació Klown, o al menos es el día en que se presentó ante mí con ese aspecto.
Era tal el calor en mis vasos sanguíneos que sólo podía salir en forma de una
brillante carcajada.
No volví a verle hasta un 30 de noviembre de 2013, si mis cálculos no fallan, cuando yo le busqué y me le encontré de cara. Había estado ahí siempre, de tanto en cuanto pegando algún susto a alguien que viera mi rostro bajo su influencia. Y le llamé a gritos, bebí y bebí hasta que mi almacenamiento principal de conciencia se apagó. Con algo de Cíniko en los cascos, probablemente El Equilibrista, y apoyado en una valla en lo alto de unas escaleras en Argüelles, me dormí. Vi unos ojos amarillos y una sonrisa roja, como una versión enfermiza y retorcida de Chesire, y lo siguiente que recuerdo fue a Noe partiéndome la cara para que despertara y dejara de convulsionar. Después de una larga charla en la que le conté todo, desde la sombra que sentía a mis espaldas todo el rato hasta el por qué me quedaba en blanco a veces, mirando a la nada y con una forzada sonrisa en mi cara. No era yo el que lo hacía.
Un mes, todo diciembre pasé encerrado en mi casa leyendo haikus, textos de sabios japoneses, viendo películas de culto de esas que necesitan que te las veas cientos de veces para entenderlas, escuchando muchísima música. Sin contacto con nadie hasta casi finales de enero. Recuerdo que le cogí una sonrisa a Marina, que me aporta calma desde entonces. Vi mis demonios claros y pude ayudar a Noe a espantar los suyos, y así pude sentirme valioso. Comprendí que Esther nunca había dejado de pelear, y entendí que debía aprender de su fortaleza. Habían nacido mis Estrellas. Quizás este episodio de revelación es lo que provocara mi triunfo sobre Abril ese 2014, quién sabe. Pero ese verano tuve que ascender a Bego al firmamento, porque no se había apartado ni un paso de mi lado en todos estos años, y cada vez que coexistimos empiezo a confiar un poco en mí mismo.
Febrero de 2015, Nightfall. Unas escaleras que llevan hacia
una cripta, y ahí pasé sentado casi una hora. Absolutamente inmóvil, mirando al
vacío, pero sintiendo cómo sus ojos se me clavaban fijamente. Oyó mis
pensamientos sombríos sobre mármol y acero, y me apagó para poder tomar las
riendas, alejar a esos dos demonios de mi vida. Entonces mi concepción de él cambió.
Ya no veía a un animal rabioso, encadenado y luchando por salir, por tomar el control;
trataba de liberarse para salvar el cuerpo en el que ambos convivimos. Es mi
aliado, y he aprendido a contar con su poder ilimitado para mi beneficio, en lugar
de huir de él y dejar que me consuma. Me había seguido ayudando desde el
anonimato durante años, pero desde entonces, ya sé cómo llamarle para pedirle
ayuda.
Ahora, me planteo si es realmente otra persona ajena a mí, o
tan solo una imagen de aquello que necesito proteger, un parche a medida que, como
Tyler Durder, toma la imagen que deseo y actúa a través de mi voz. No estoy loco. No lo estamos. O eso espero. Otra Estrella más, la viva imagen del desequilibrio, es la
que me ha forzado a plantar los pies en el suelo, y con ella me siento más
equilibrado que nunca, y por eso Yaiza debía ascender.
Algún día, no muy lejano, volverás a manifestarte, amigo
mío. Volveré a dedicarte una canción y tras ella me lo agradecerás enjuagando
mi mente de desechos y dejándome vislumbrar un sentido a todo. Para entonces,
tengo una nueva Estrella que quisiera ascender. En cuanto pase el tiempo y ella
se acerque a mí, entonces la mandaré allá arriba.
Mantén a raya esa sonrisa amigo.
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