jueves, 28 de noviembre de 2013

Addiction to pain

El tiempo te enseña que la piel se vuelve de piedra con el tiempo. Los picotazos del día a día dejan de hacer efecto pero ya han sembrado su veneno y un síndrome de abstinencia se apodera de tus acciones. Créeme, la adicción al dolor existe, es muy real, y la sufrimos muchos.

Aprendí a diferenciar entre cuatro conceptos: costumbre, manía, adicción y dependencia. En una escala, no solo sube el grado de fuerza con el que nos aferramos, sino el grado de inconsciencia con el que lo hacemos. La delgada línea que separa lo insano de lo letal reside entre la adicción y la dependencia, cuando una droga pasa de ser un creador de ansiedad por no consumirla para volverse tan vital como el oxígeno.

Hay drogas de mil tipos, pero la más dañina sin duda no necesita mechero, jeringuilla ni es ingerible, la autodestrucción, esa pequeña chispa que se pasa por el forro el instinto de supervivencia. Y es que a los humanos nos gusta hacernos daño, porque cuando lo sentimos ya somos incapaces de vivir sin el.

La adicción al dolor surge cuando el corazón de una persona se enfría y es incapaz de albergar sentimiento alguno. Su portador busca entonces desesperadamente una vía para volver a sentir algo, pues ya ni el miedo ni el sufrimiento pasan por su repertorio. Nada, el completo vacío, la absoluta nada conviviendo con tu piel desde que amanece hasta que anochece. El ser humano se vuelve urna.

Algunos satisfacen esta adicción con hierro haciendo que el filo les desgarre. Otros recurren al fuego, dejando siluetas redondas en su piel. Otros se liberan derrochando adrenalina, corriendo, saltando, tropezando con las piedras y chocando con los árboles, disfrutando cada moratón que te hace sentir vivo.

La adicción al dolor es muy real. Pero yo no soy médico, ¿no?

sábado, 23 de noviembre de 2013

Don't cry

Han pasado meses y mi imagen de mí mismo apenas a cambiado. Sigo siendo un fugitivo, me encuentro en una inacabable huida, pero nadie me persigue. Una sombra imita mis pasos, y en mi cabeza se gesta su sucesora, fabricando miedo, un miedo a algo que no sé si tan siquiera existe. Solo miedo.

Entonces, lo más inteligente es correr, por pura supervivencia un pie delante del otro. La humedad del aire en la cara, los cascos al máximo volumen listos para martillear mis sobras y mandarlas al carajo. Corre, quema adrenalina, suda lo que tengas que sudar pero no vuelvas a manchar tus manos de sangre.

De vuelta a casa, no siempre es fácil mantener las uñas alejadas de la carne, pero si dejas marca el agua borrará tus pecados. Limpio de barro, sudor y costras, es hora de esconderte bajo la manta y devolver a tu torturada mente las ideas que fabrican esa sombra. No puedes gritar en mitad de la noche. Tus brazos arden al levantar más peso para cansarte, vuelve a la cama y sigue en vela. Con los ojos clavados en el techo esperas que tus ojos te den un respiro y liberen tus pulmones encharcados, pero llevan un año y medio secos y no habrá quien cambie eso.

Acabarás, amigo, tirándote de los pelos, mordiendo la almohada y pataleando para desahogar la rabia de no poder regar tu cara. El ronroneo del móvil siempre te calma al ver algún nombre que te llene de paz. Y calmado, respirando hondo, deseas buenas noches a todas tus estrellas, fantaseando con dormir abrazado a la Osa Mayor y ver su cara al despertar.

Pero nada sucede, y al día siguiente seguirás creyendo que huyes de tu destino mientras corres en dirección a él.

NERKTLICH ISKÄRIOTH
Murió solo, como su antecesor
2010-2013